Víctor Raúl Haya de la Torre y el concepto de Indoamérica 

 

Por Andrés Orgaz (México)

 

Introducción

 

Este artículo busca definir la concepción de civilización en la obra de Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979) y también mostrar cómo la preocupación por dicho concepto, en apariencia puramente académica, está inevitablemente unida a la militancia política de su autor. Haya de la Torre dedicó páginas a explicar por qué América Latina, o más bien Indoamérica, merecía ser considerada como una civilización única y consciente de sí misma; no está de más recordar que esta idea surgió en un contexto en el cual el cuestionamiento del orden mundial imaginado por Occidente y el deseo de definir las partes del mundo frente a sí mismas y no frente a Europa o Estados Unidos, dieron nacimiento a toda una generación de pensadores, activistas y revolucionarios a la cual Haya de la Torre y su concepto de civilización pertenecen de lleno. La labor intelectual de Haya de la Torre es inseparable de su actividad política y su llamado a una revolución continental. Ese continente latinoamericano —que era su objeto de estudio y su área de actividad militante— con la llegada de la generación del dirigente peruano vivió el ascenso en los ambientes intelectuales de una nueva categoría de pensador y activista. Surgida a comienzos del siglo xx, esa generación fue testigo de las obvias fallas del sistema mundial y en su seno se multiplicaban las críticas y la búsqueda de nuevos modelos, no sólo en América Latina.

 

La generación de Haya de la Torre

 

Hacia 1900 una generación de jóvenes estudiantes latinoamericanos se enfrenta a una doble realidad: por un lado, son los hijos intelectuales de los regímenes liberales que prosperaron en el último tercio del siglo xix, beneficiados por la estabilidad, el desarrollo económico, educativo e institucional y el apogeo del modelo cultural occidental (europeo y estadounidense) visto por las oligarquías liberales del continente como la vía hacia el progreso. Por otro lado, dichos estudiantes son también testigos de los límites de este modelo y de las consecuencias que consideran más deplorables para sus países.

 

El predominio de las grandes potencias imperiales sobre la economía continental y mundial les confiere una capacidad de influir en las decisiones internas de las naciones, haciendo burla de la noción de soberanía nacional.1 El avance de Estados Unidos sobre el continente hacía temer una pérdida eventual de la independencia nacional, ya cuestionada por el poder económico de los imperios europeos. La internacionalización de los intercambios comerciales tuvo como consecuencia la aparición de una incipiente clase obrera y la asimilación de los campesinos latinoamericanos dentro de un sistema sometido a los vaivenes de la economía mundial.2 Estas nuevas categorías sociales, lo mismo que la clase media beneficiada por el desarrollo económico, de la educación y las profesiones liberales, reclaman más participación en la toma de decisiones, un giro en las prioridades de sus gobiernos y mayor defensa de los intereses nacionales. En sistemas de gobierno oligárquicos con pocos o ningún tipo de regulación de los conflictos o participación democrática efectiva, estas nuevas categorías sociales educadas en el modelo liberal inician a comienzos del siglo xx una crítica cada vez más radical hacia el orden continental y mundial.

 

El auge del socialismo por un lado y de los nacionalismos por el otro eran dos maneras de cuestionar los éxitos del sistema decimonónico liberal y de abogar por un cambio en las prioridades del capitalismo transnacional. El internacionalismo provocado por el orden mundial, el capitalismo y los intercambios de ideas ascienden en paralelo a un renovado nacionalismo provocado por la llegada de esas mismas ideas que fomentan la rebelión de pueblos colonizados y nuevas generaciones que comienzan a rechazar el modelo de Occidente y a proponer alternativas.3 Los latinoamericanos y sus equivalentes por todo el mundo sistematizan el antiimperialismo como herramienta de lucha contra los imperios coloniales que por fuerza militar o económica someten al mundo. A través de estas críticas, no solamente reivindican cambios políticos y económicos sino también nuevas formas de definir y definirse.

 

Haya de la Torre es un producto total de este ambiente. Nacido en 1895 en Trujillo, Perú, inicia su actividad militante como maestro dentro del sistema de universidades populares que se esparce por el continente a comienzos de siglo. Destinadas a integrar a las clases populares a la vida política por medio de la educación, estas universidades van a ser un vivero para militantes y pensadores que combinan el antiimperialismo hostil a la intromisión de Estados Unidos y Europa en el continente con el interés por reformas políticas y sociales encaminadas a poner fin al predominio de las oligarquías liberales.4 En esa labor destacan, entre otras figuras: Manuel Ugarte en Argentina; en México, con su defensa de un socialismo continental, los intelectuales que en torno de José Vasconcelos y el Ateneo de la Juventud se convertirían en actores de la Revolución y en un modelo para los revolucionarios latinoamericanos a partir de 1910; en Perú los estudiantes reunidos alrededor de Manuel González Prada, entre ellos José Carlos Mariátegui, futuro introductor del marxismo en su país, y Víctor Raúl Haya de la Torre, quien en 1920 funda la Universidad Popular González Prada.

 

Desterrado en 1923 por haber participado en protestas estudiantiles, Haya de la Torre viaja por América Latina para difundir el modelo de universidades populares y elaborar su visión de una identidad continental. En 1924 —influido por la Revolución Mexicana y la acción de Vasconcelos al frente de la recientemente creada Secretaría de Educación Pública— funda la Alianza Popular Revolucionaria Americana (apra), organización que se presenta como la base de un movimiento supranacional. En 1931 Haya de la Torre da a conocer el programa del apra: nacionalización de la tierra y la industria para luchar contra el capitalismo extranjero, internacionalización del Canal de Panamá, solidaridad antiimperialista de todos los pueblos de América Latina.

 

Inspirado por González Prada y por Mariátegui, el apra es, en teoría, indigenista y defiende la lucha por los derechos de los indios como base de una regeneración de Perú que ponga fin a los abusos datados en la conquista. Su plataforma incluye la integración de los indios a la nación por medio de la educación rural, las cooperativas agrarias, la producción de bienes, la difusión de las lenguas nativas, la lucha contra el consumo de alcohol y hoja de coca, y la ayuda para modernizar a las comunidades rurales, además de un programa de reforma agraria encaminado a repartir tierras y convertir al indio en un pequeño propietario. Vasto plan, pero poco original comparado con lo propuesto por los liberales latinoamericanos a lo largo del siglo xix: la integración del indígena a la nación moderna y propietaria. La defensa de Haya de la Torre es más teórica que otra cosa. No da a los indios ninguna especificidad dentro de la vida nacional y su “rescate” sólo se piensa en el marco de su integración a una nación peruana de la cual deberán adoptar los rasgos. Una mezcla de indigenismo popular y de modernización liberal clásica, como en el México revolucionario. Y como en el México revolucionario, reivindica a las grandes civilizaciones precolombinas como base de la identidad nacional.5

 

Pero si el aprismo no era un movimiento indigenista propiamente dicho, Haya de la Torre le dará a las poblaciones autóctonas del continente un valor teórico relevante al buscar definir qué es América Latina. Su exilio y estancia en México y Centroamérica ayudaron a crear su noción de antiimperialismo. Al trabajar en México con José Vasconcelos, cuando este último era secretario de Educación del gobierno de Álvaro Obregón, llegó a la conclusión de que era posible crear una organización panamericana revolucionaria, una idea que sería la base del futuro apra. 6 Y fue en México donde acuñó el término Indoamérica como susceptible de unificar las identidades locales en una entidad única, separada y definida por lo que la hacía exclusivamente propia.7

 

Si bien más adelante sistematizará esta idea, Haya de la Torre es en un comienzo el heredero de las teorizaciones de sus maestros. En “El intelectual y el obrero”, González Prada preconizaba la alianza entre los intelectuales (la academia, los estudiantes y maestros) y los trabajadores, dos clases que a sus ojos producen riqueza igualmente vital y sufren una opresión común.8 Lejos de ver esta lucha como un asunto meramente nacional, considera que el papel de los indios de América Latina no difiere del de otros pueblos sometidos cuya rebelión demuestra lo absurdo de las tesis racistas creadas en Europa y transferidas a América por el positivismo. En su ensayo “Nuestros indios”, González Prada celebra las victorias de Japón en Asia, las rebeliones africanas contra los colonialistas, a Benito Juárez y a los movimientos de emancipación de los afroamericanos, que a sus ojos son prueba de que las razas sometidas pueden ascender por medio de la educación y la lucha social.9

 

La necesidad que siente Haya de la Torre de encontrar un nuevo término para definir al continente proviene también del cuestionamiento a nociones ya establecidas. El panamericanismo dirigido por Estados Unidos desde finales del siglo xix consideraba que, para evitar el regreso de potencias europeas a la región, era necesario un movimiento continental que integrara a las naciones del hemisferio occidental dentro de un sistema económico y de alianzas. Esta idea fue decayendo en los ambientes antiimperialistas, donde dicho sistema era considerado un engaño que sólo beneficiaba a Estados Unidos, cuyo poderío hacía una burla de la soberanía de las naciones y siempre se impondría como la cabeza del movimiento, sometiendo a las demás.10 Como resultado de este pesimismo frente al avance de Europa y Estados Unidos sobre el mundo, en los círculos literarios y estudiantiles surgidos de ambientes liberales radicalizados se teoriza la necesidad de una renovación nacional y continental para hacer frente a la crisis del ideal provocada por la acción de las oligarquías y sus aliados extranjeros. Pero dicha renovación debe comenzar por la reelaboración de un sentimiento de identidad nacional y continental.11 Lo anterior es decisivo para entender la necesidad que sintió Haya de la Torre de describir al continente como Indoamérica, una palabra pensada para subrayar la diferencia del continente con los demás, en especial con la mitad anglosajona, la cual es culpable, a sus ojos, de buscar el predominio de sus intereses y de su cultura por sobre las identidades latinoamericanas. Razón de más para rescatar dichas identidades por medio del antiimperialismo y, de ser posible, encontrar la identidad supranacional del continente que permitiera una alianza contra el imperialismo.

 

Si Manuel Ugarte se mantiene leal a la unidad cultural entre América Latina y Europa, Haya de la Torre y Mariátegui rompen este lazo. Como a sus ojos los indios son los más oprimidos son también los más susceptibles de favorecer una revolución social y representan la esencia de la identidad continental, son el elemento humano que define al continente. Por ello son el elemento decisivo para darle a América Latina una identidad.

 

La necesidad de definir al continente con un término nuevo se asocia al miedo de esta generación de ver caer no solamente la independencia política y económica, sino también la cultural. Ya gente como Manuel Ugarte advertía que el peso cultural de Estados Unidos era la primera fase del colonialismo y la manera en la cual —por medio de la admiración e imitación de modelos políticos y económicos extranjeros— las élites liberales del continente habían olvidado los imperativos nacionales al desdeñar las necesidades materiales y culturales de sus ciudadanos.12

 

La palabra Indoamérica entra pues en el pensamiento de Haya de la Torre para contestar la pregunta que agita a su generación:  ¿qué tenemos en común, y qué es lo que nos diferencia de todos los demás al grado de poder definirnos como una identidad continental?

 

Indoamérica y civilización

 

La palabra Indoamérica está inspirada en el indoamericanismo de José Vasconcelos, quien busca reivindicar la figura del indio por el papel que tuvo en el mestizaje, que a sus ojos es la esencia de la identidad nacional. Al reconocer este papel en la historia nacional y continental, se le otorga un lugar en la sociedad futura, que a los ojos de los indigenistas debe ser de emancipación y regeneración por medio de su integración al todo nacional, la educación, la alfabetización y el control de la tierra. Los liberales positivistas buscaban rescatar al indio por medio de su integración a la sociedad liberal y de su aculturación. El cambio con la generación de revolucionarios que le sigue es que ven al indio no como un sujeto a integrar al sistema, sino como la herramienta para tumbar dicho sistema en nombre de la opresión secular que sufre en tanto raza y clase social.13

 

Frente a la ofensiva política y cultural del mundo estadounidense anglosajón capitalista, Haya de la Torre considera que el continente debe crear su propio lenguaje político de resistencia y una noción de identidad que responda a sus necesidades e impida la asimilación cultural dentro del mundo “occidental” colonialista.14 Ninguno de los términos utilizados a lo largo del siglo xix para describir al continente le parece satisfactorio, siempre por el mismo motivo: Hispanoamérica enfatiza el lazo con España, Latinoamérica, o América Latina, enfatiza el lazo con la cultura latina y en especial con Francia. Inclusive América lo asocia a Estados Unidos, lo mismo que panamericanismo. 15

 

Para Haya de la Torre, todos estos términos remiten de una forma u otra a la deuda que la región tendría con fuerzas extranjeras y representan formas de sujeción cultural que la hacen una rama secundaria del grupo al cual se la asocia. Indoamérica es distinto en la medida que rescata la presencia de los nativos del continente dentro de la identidad de este último y lo asocia a una característica estrictamente propia; también lo define como único y no como una rama de otra parte del mundo. Por lo demás, también separa al continente de grupos que a lo largo de su historia negaron su independencia y compitieron por colonizarlo.

 

Indoamérica cumple el propósito de integrar América Latina a un contexto histórico propio, describiendo con mayor precisión la esencia de su identidad e incorporándola al contexto mundial en el cual dicho término surgió. No es un término que describe al continente por asociación, sino que se basa en un pasado común (el legado indígena) y un presente por resolver (una posición de subordinación frente a los imperios). Dos características que comparte todo el continente y que a la vez lo separan históricamente de otras regiones, lo que, tanto en el pasado como en el presente, le otorgan identidad propia. De acuerdo con este término, la identidad común está tan ligada a la cultura como a la posición en la cual el sistema imperial colocó al continente. El término Indoamérica es a los ojos de Haya de la Torre el resultado de lo que América Latina es, y de lo que se le obligó a ser. Resalta la unicidad del continente por medio de una historia común. Los indios son a la vez la base histórica que hace la individualidad de América Latina, su principal masa trabajadora, el elemento que hace del mestizaje cultural la especificidad del continente, y quienes más se beneficiarán de una revolución debido a su doble opresión económica y racial.16

 

La elección de este término debe también mucho a la manera en la cual su autor se integró a los debates acerca del modelo revolucionario a seguir para el continente. Políticamente hablando, Haya de la Torre es heredero de los debates de su generación acerca del rescate de la nación y del continente de manos del imperialismo. En tal carácter, nunca abandona su creencia en la importancia de la unidad cultural y rompe con el marxismo puramente materialista y proletario al momento de elegir la alianza entre clases y no la lucha de clases.

 

Lo anterior también queda reflejado en su concepción de Indoamérica como una región de múltiples clases sociales oprimidas pero unidas a través de una identidad común. Los antiimperialistas de su generación pretenden encontrar un camino que concilie nacionalismo y socialismo. Por ello el término mismo de Indoamérica, una vez aceptado como descripción de la identidad del continente, sirve también al propósito de legitimar el rechazo a alternativas surgidas en regiones distintas y de favorecer una alternativa local de revolución que responda a los problemas que Indoamérica no puede resolver con modelos foráneos. En ese sentido, el concepto sirve no solamente para integrar al continente en el mundo de las culturas humanas con sus propias características, sino también para justificar un proyecto político continental. Para Haya de la Torre, reconocer la identidad indoamericana es reconocer la necesidad de revolución, puesto que al aceptar la parte esencial del indio en la formación de la identidad, no puede ser desdeñada la opresión que sufre y la necesidad de un cambio dentro de un modelo político y económico que deliberadamente lo margina.

 

Indoamérica es un concepto cultural que se quiere histórico y político, pues está anclado en las realidades observables a comienzos del siglo xx y más allá de los proyectos políticos de entonces, por ello forma parte de un intento por integrar a América Latina a una filosofía de la historia, una categorización de su naturaleza que diferencia al continente de otros espacios geográficos y humanos. Antes de Haya de la Torre, pensadores tan distintos como Karl Marx y Oswald Spengler habían integrado a América Latina a sus modelos históricos, pero siempre sometida a parámetros europeos y dependiente de Europa. No era la de América Latina una categoría por sí sola, sino una categoría definida por la influencia que Europa tuvo en ella, ya fuera religiosa, étnica, económica o cultural.17 Para escapar a esta subordinación, Haya de la Torre recurre a las teorizaciones de Arnold Toynbee acerca de la civilización.

 

Arnold Toynbee describe a la civilización como una agrupación de seres humanos que han superado los límites impuestos por la naturaleza para crear un entorno de vida que no se encuentra limitado por ésta y que fomenta la capacidad creadora. La civilización surge del encuentro entre el humano, su medio ambiente y una coyuntura temporal. Eso explica que existan distintos grupos civilizacionales, cada uno respondiendo a distintas circunstancias. Por ese motivo las civilizaciones están en constante cambio, dependen de que los seres humanos las perciban como tales, como agrupaciones a las que se sienten unidos, y pueden desaparecer o cambiar cuando estas relaciones se rompen. Por ello mismo, para Toynbee las civilizaciones pueden surgir en cualquier ambiente a manos de cualquier grupo humano. A diferencia de las definiciones originales del término, civilización no describe para el historiador británico una realidad única, un modo o concepción de la vida humana necesariamente anclado en las realidades europeas.18

 

Esa idea de Toynbee es decisiva en el pensamiento de Haya de la Torre, quien la recupera para afirmar que la labor necesaria para América Latina es llegar a una definición de sí misma y por sí misma, y ya no más de acuerdo con parámetros de catalogación seleccionados en Europa. Es necesaria esta emancipación no solamente porque permitirá una comprensión mayor de las características propias del continente, sino que hará posible la emancipación mental de los indoamericanos. En 1956 escribió al respecto: “Sí, ciencia y pensamientos europeos, pero digeridos. Vale decir, asimilados, metabolizados, meta bolé significa cambio, mutación, por un proceso dialéctico fluyente que llega y continúa”.19

 

El concepto Indoamérica está anclado en la búsqueda de una civilización propiamente latinoamericana porque tiene por objeto integrar al continente en lo que Haya de la Torre llama “un esquema lógico de la historia”, y encontrar cuáles son las características que le dan al continente esta identidad propia, hecha del encuentro entre humanos, geografía, tiempo y la creación cultural que de ahí surge.20 “Al arribar al Nuevo Mundo, la civilización Occidental se asienta en él, pero influida por el contorno geográfico o humano, inicia más o menos prontamente su individuación, diferenciándose de su carácter originario”.21 El encuentro entre cultura europea, población indígena y geografía sudamericana es la base de la civilización indoamericana, una civilización surgida de otra, que se modificó lo bastante con el tiempo y el medio ambiente para ser considerada original y distinta.

 

Al momento de defender esta posición, Haya de la Torre se declara leal al principio marxista del estudio de la realidad, y no a conceptos idealizados: “El revolucionario que quiere hacer en América exactamente lo que se hace en Europa, es traidor del más elemental principio socialista y marxista que impone ‘no inventar’ sino ‘descubrir la realidad’ […] Nuestros revolucionarios no han hecho hasta hoy sino tratar de ‘inventar un ambiente europeo en una realidad americana’ que jamás descubrieron”.22 Por ese mismo motivo se aleja del marxismo dogmático puramente materialista.

 

La noción de civilización de Haya de la Torre está compuesta, lo mismo que su programa revolucionario, de una alianza entre su fe en la ciencia y el materialismo, y un rechazo a ese exceso de determinismo al cual puede llegar el desdén por la conciencia de los individuos en la creación histórica. Por un lado considera que la creación de civilizaciones es un fenómeno natural, fruto de leyes históricas tan inevitables como las leyes físicas, puesto que ambas son resultado del encuentro entre elementos naturales que interactúan unos con otros, en este caso los seres humanos y su ambiente. Por otro lado, no considera esto un determinismo fatalista incapaz de ser influido por la voluntad de los humanos, sino como una filosofía, una noción subjetiva de lo que es la identidad, que los seres humanos llegan a compartir por medio de la adopción consciente de parámetros comunes que los van uniendo hasta que quedan constituidas civilizaciones con las cuales se sienten identificados.

 

Siguiendo en lo anterior a Toynbee, Haya de la Torre considera que las civilizaciones están en cambio constante y que sus ascensos y caídas no son inevitables, sino que dependen de las acciones de sus miembros. En ese sentido, Indoamérica es a la vez el fruto de las leyes históricas que actúan sobre sus pobladores, así como los rasgos culturales que éstos adoptan y que perciben como comunes, lo que retroalimenta un proceso histórico a través de cuyo proceso subjetivo surge la identidad común. Estos factores son geográficos, históricos, temporales, étnicos, lingüísticos y psicológicos. Tomados en común, crean el espacio en el cual surge una civilización.

 

Una vez que los pueblos toman conciencia de estas nociones compartidas pueden superar las divisiones políticas constituidas por las naciones, y se vuelven “pueblos-continente”, pueblos que han alcanzado plena conciencia de sí mismos como actores de la historia y pueden por ello obrar en conjunto.23 Entre estos puebloscontinente, que no deben necesariamente compartir un territorio sino simplemente estar emparentados por nociones de identidad común, Haya de la Torre incluye al mundo anglosajón, al mundo árabe, China, Rusia, Europa occidental e Indoamérica.24

 

Una vez que se acepta que la aparición de las civilizaciones depende de la toma de conciencia por una comunidad humana de sus propias características, es más fácil aceptar una consecuencia histórica, pero también política, de esta observación: no existe un único modelo, un solo camino por medio del cual todos los pueblos marchan hacia la civilización. La universalidad de la historia, de acuerdo con Haya de la Torre, no supone un solo modelo de evolución (que se sobreentiende sería europeo u occidental) sino varios, debido a una ley histórica, ésta sí universal, por la cual las civilizaciones dependen de las características propias de cada comunidad en su relación con su espacio y su tiempo: “Los procesos históricos son indesligables de cada espacio-tiempo, cuya diversidad determinada por el carácter peculiar de cada uno de esos procesos podrá acaso presentar la unidad de la historia universal como el equilibrio de individualidades inconfundibles, con sus características dentro de una gran armonía; como los planetas dentro de un sistema o como electrones dentro de un átomo”.25

 

A la luz del debate continental

 

Haya de la Torre es más recordado por sus actividades políticas a la cabeza del apra que por sus teorizaciones acerca de la civilización indoamericana. Y a la luz de la manera en la cual esas teorizaciones se amoldaban a su necesidad de justificar la unidad política del continente frente a Estados Unidos, puede tener sentido considerar su uso del trabajo de Toynbee como un argumento más en su plataforma revolucionaria, la cual sólo podía beneficiarse de una teorización histórica que la justificara. No por ello el concepto de Indoamérica debe ser considerado únicamente como una herramienta útil a los proyectos de su autor, ya que si no hay duda que el concepto de civilización de Haya de la Torre está influido por su programa político y su visión del futuro para el continente, de ahí no se debe concluir que su uso es exclusivamente oportunista. El interés de Haya de la Torre por llegar a una definición única de la identidad continental a través de los indios responde a una pregunta que, lejos de ser personal, compartía con su generación, y que no hacía más que retomar un interrogante surgido con el nacimiento de los Estados latinoamericanos: ¿cómo nos integramos a la familia humana?, ¿cómo catalogarnos por medio de los conceptos surgidos en Europa?

 

La palabra civilización importa a los ojos de Haya de la Torre y su generación porque parece aportar la respuesta a una necesidad que el pensamiento moderno había vuelto indispensable: la definición frente a un grupo ya constituido ideológicamente y que marcaba pauta por el mundo a través de su predominio político y económico y su prestigio intelectual: el mundo llamado occidental. Habiéndose singularizado este mundo por su predominio a lo largo del siglo xix, el siglo xx se abre con la necesidad, para los pueblos considerados ajenos a dicho mundo, de recurrir a esas herramientas occidentales para definirse a sí mismos y encontrar su singularidad propia. Dentro de un conjunto latinoamericano tan marcado por la colonización cultural europea y a la vez por el proceso de descolonización de comienzos del siglo xix, y más tarde por el miedo al sometimiento al imperialismo de fin de siglo, la generación de Haya de la Torre ve en el indio la particularidad que permite al continente destacarse de todos los demás grupos humanos. Para los revolucionarios de comienzos del siglo xx, América Latina se distingue por su situación presente, el sometimiento a una nueva forma de imperialismo económico y cultural, y un pasado común: el legado indígena.

 

En el universo intelectual y militante de comienzos del siglo xx, Haya de la Torre no está solo en su interés por el indio como base de la identidad. José Vasconcelos reivindica el mestizaje del europeo y del indio como una fuente de fuerza, no como debilidad. José Carlos Mariátegui, aliado y luego adversario de Haya de la Torre, va mucho más allá en su defensa del indio como base cultural y social de la revolución indoamericana futura. Y si el indio como tal no siempre es la base de la identidad en la definición de un pensador, el pasado común que éste representa al menos sirve de molde común para la identidad cultural que se quiere formar. Así, Ricardo Rojas, preocupado por la pérdida de identidad de la sociedad argentina causada por el liberalismo y el cosmopolitismo, parte también en busca de lo esencialmente continental. Admirador de José Vasconcelos, celebra su deseo de romper las fronteras entre latinoamericanos y el deseo de encontrar una identidad común. Además de celebrar el ascenso de las nuevas clases sociales obreras y campesinas que reclaman su lugar en la toma de decisiones, sugiere en la década de 1920 el término Eurindia, que encarna la simbiosis entre la cultura europea trasladada al continente americano y una geografía, y por tanto una experiencia histórica propia y distinta. Al rescatar a la vez la cultura europea y su evolución en el continente americano, Rojas busca elaborar una identidad nacional que acepte el mestizaje cultural de todas las facetas de la humanidad que pasaron por Argentina y fueron moldeadas y transformadas por las particularidades geográficas del continente.26

 

Es revelador dentro de esta cuestión que justamente en 1927 haya ocurrido la refundación del Museo Etnográfico de Buenos Aires, donde el acento que se le dio a la recuperación de las culturas indígenas demuestra el uso que las élites criollas de Argentina daban a la recuperación del pasado, aun del pasado indígena, para crear una identidad única que diera solidez al proyecto nacional por medio de las ciencias modernas. El caso es curioso porque durante el siglo xix, de acuerdo con la narrativa nacional, Argentina era un país blanco en el cual inmigrantes europeos habían poblado una tierra casi desprovista de indígenas, que fueron expulsados o destruidos para luego ser olvidados por la historiografía nacional.

 

En forma paradójica, el arribo de masas extranjeras desde Europa motivó una reacción nacionalista de preservación (o creación) de la identidad nacional, que incitó a darle importancia a las culturas autóctonas. Al reunir piezas de culturas americanas y de culturas antiguas de otras partes del mundo, el museo reivindicaba la igualdad entre las culturas argentinas y las del resto del mundo, poniéndose a la par de naciones con pasados gloriosos. El pasado argentino era tan digno de ser estudiado como el egipcio, y por tanto Argentina era parte del círculo de altas civilizaciones del mundo.27 Tanto en el museo de Buenos Aires como en las teorizaciones de Haya de la Torre, el indio sirve al propósito de dar antigüedad y un sentido de unidad a la identidad del continente. Y en el caso de Ricardo Rojas, el indio tiene su valor no como entidad viva y presente, sino como representación de un pasado y de una tierra común.

 

Lo que Haya de la Torre trató de hacer por medio de la noción de civilización no se diferencia demasiado de lo que su generación trataba de hacer sin recurrir necesariamente a ese concepto, pero éste parecía legitimar en su obra, gracias a la autoridad de un historiador como Toynbee, la necesidad de identificar al continente en el concierto de las civilizaciones.

 

Observaciones finales

 

No debe sorprender el interés que Haya de la Torre tuvo por los indios o que los haya utilizado para elaborar su concepto de Indoamérica. Dentro de la preocupación por encontrar el lugar del continente en la historia de la humanidad, y frente a la necesidad de reivindicarse ante las agresiones del mundo imperialista, el indígena apareció a los ojos de muchos como el elemento fundador de un continente que de esa forma marcaba su diferencia frente al predominio cultural de otra región del mundo. Si esta cuestión fue de importancia para la generación revolucionaria de Haya de la Torre, no comenzó con ellos. La búsqueda de identidad comenzó con las independencias. Al reivindicar una definición de la civilización latinoamericana encarnada en el término Indoamérica, Haya de la Torre simplemente retomaba la cuestión y buscaba darle una respuesta que se adaptara a los conceptos de estudio de la realidad venidos de Europa, y a la vez a la concepción del presente que había elaborado mientras vivía los años culminantes del imperialismo europeo. Revolución e identidad se fundían en una misma necesidad de resistir los embates de ese imperialismo, necesidad que compartían con otros representantes de esta generación latinoamericana ávida de cambio y de reivindicación de su particularidad tras décadas de supremacía del modelo occidental.

 

Si el interés de Haya de la Torre por el concepto de civilización cobra mayor sentido cuando es puesto en paralelo con las teorizaciones de otros pensadores latinoamericanos de su época, ¿cuánto más sentido cobra si se lo pone en paralelo con un fenómeno que lejos de ser continental era ya internacional en la década de 1920 y que sólo iría cobrando mayor fuerza conforme avanzaba el siglo xx?: el despertar del Tercer Mundo.

 

Si bien el término sería acuñado en la década de 1950, lo cierto es que el estudio del universo transnacional de estudiantes, militantes y revolucionarios latinoamericanos que en casa o en el exilio iban agudizando sus críticas hacia el estado del mundo al tiempo que elaboraban un debate colectivo acerca de la identidad, es sólo la faceta de un fenómeno que ya involucraba a todas las partes del mundo colonizadas o en peligro de serlo. Si Haya de la Torre y sus contemporáneos vivieron el exilio en Europa en la década de 1920, donde se empaparon aún más de conceptos como soberanía, nación, civilización y revolución, la misma experiencia vivieron estudiantes y militantes africanos y asiáticos, que en su contacto con el pensamiento europeo recurrieron a dichos conceptos para reivindicar su independencia frente a las potencias coloniales y para elaborar un intento de identidad colectiva que les garantizara a la vez un pasado común unificador y la legitimidad histórica de enfrentarse al imperialismo y a su pretensión de superioridad cultural.28 Haya de la Torre no permaneció indiferente a los sucesos que en otras partes del mundo anunciaban la rebelión a la vez política e ideológica de grupos humanos y geográficos que tal como en Indoamérica sentían una necesidad de definirse, o redefinirse, frente al modelo dominante para justificar su lugar en tanto entidades independientes.

 

Tras la Segunda Guerra Mundial todavía podía decir lo siguiente:

 

Cuando Europa se une, cuando los pueblos árabes se unen, y cuando los que se creían retrasados pueblos africanos proclaman su voluntad de federarse, la América Latina, o Indoamérica, no puede sino incorporarse al mundo que se configura regionalmente, que se organiza en Estados o “puebloscontinente” y que tiene ante sí a dos inequiparables potencias rectoras del universo políticoeconómico, que son sendas uniones continentales de territorios y de pueblos, cuyo poderío se debe fundamentalmente a su dinámica vastedad y a su compacta coherencia: Estados Unidos y la Unión Soviética.29

 

En 1959 había quedado atrás el aprismo revolucionario; después de revisar su programa y en el contexto de la Guerra Fría, Haya de la Torre se declaraba partidario del libre mercado y de la alianza con Estados Unidos, olvidando las reformas sociales que había defendido cuando aún se proclamaba simpatizante del marxismo y admirador de la Revolución Mexicana.30 No obstante, una de las últimas nociones que permanecía del aprismo original era Indoamérica, continente definido por una identidad singular, una definición que no desentonaba ante el proceso de descolonización durante el cual movimientos antiimperialistas asumieron sus propias nociones continentales. Entre el panafricanismo y el panarabismo, Haya de la Torre considera que su interpretación ha quedado justificada por el desarrollo del proceso de identificación colectiva de los pueblos a través del cual se superan las identidades nacionales y se elaboran las civilizaciones.

 

La generación de Haya de la Torre anhelaba crear un sistema de defensa del continente frente a las agresiones extranjeras y las injerencias de un capitalismo que se asociaba con ellas. Quería a la vez la defensa de la integridad territorial, la soberanía nacional, el bienestar económico y la identidad cultural.31 Fomentaba así la identificación del continente entero con una categoría social oprimida (los indios), y establecía una división geográfica dentro de la lucha social en la cual estaban insertos los mismos continentes; fue tan lejos que formuló una definición de la civilización indoamericana sobre la base del papel del continente en esa lucha social en el orden mundial.

 

Esta filosofía de la historia y su concepción de la civilización tienen ambas una consecuencia política evidente que ciertamente se amolda a los anhelos de una generación formada en el miedo a la colonización. El nacimiento de una civilización propiamente latinoamericana, más justamente llamada indoamericana, es para Haya de la Torre el resultado del encuentro entre las masas indígenas del continente y la cultura europea, ambas moldeadas por el espacio y el tiempo que compartieron. Una vez formada esta identidad, es deber de los indoamericanos reivindicarse como tales, como actores propios de la historia y elaborar su propio modelo de civilización sin depender ideológica o económicamente de otros. Aceptar la existencia de Indoamérica es para él aceptar la necesidad de una revolución política y económica por su independencia frente al peso occidental. La doble necesidad de encontrar una filosofía de la historia que la integre como actor y no como apéndice, y la necesidad de una alianza continental para impedir las consecuencias prácticas de esa posición subalterna, se unen en la noción de Indoamérica, que trae en su definición la esencia de la individualidad del continente.

 

Sin embargo, esa individualidad está irremediablemente unida al modelo del cual quiere escapar. En 1959, un año después de la fusión de Siria y Egipto por Gamal Abdel Nasser, Haya de la Torre advertía el ascenso del panafricanismo y del panarabismo y los interpretaba como la toma de conciencia de la identidad supranacional de otros dos pueblos-continente. Y lo mismo que Indoamérica, son dos conceptos elaborados en contra del predominio occidental, y por el deseo de independizar tanto la existencia política y económica de las naciones involucradas, como la concepción misma de la identidad de estos territorios.32

 

Al rebelarse por medio de la apropiación de términos de identidad como indoamericanismo, panafricanismo o panarabismo, todos reaccionan en contra de los bloques de poder del momento, sea la Europa imperialista de comienzos de siglo xx o los bloques de la Guerra Fría. La reacción común de Indoamérica, África y el mundo árabe está dictada por la relación frente a Europa o al llamado mundo occidental en general. Ninguno de estos términos escapa a esa relación. Es siempre el intento de definición frente a un grupo ajeno porque sólo en ese enfrentamiento puede lograr su identidad. El pensamiento europeo predominó en el siglo xix al grado de ser adoptado por los ambientes intelectuales del resto del mundo, quienes lo utilizaron para esgrimir reacciones en contra de dicho predominio. Las concepciones europeas para concebir al mundo, incluido el concepto de civilización, generan una reacción en contra de ese predominio europeo. Haya de la Torre no niega su deuda con el saber europeo, pero en nombre de ese mismo saber parte en busca de una noción de civilización que le permita a la vez encontrar la esencia de la identidad latinoamericana y explicar la posición en la que se encontraba el continente a comienzos del siglo xx. A través del concepto de Indoamérica funde estas preocupaciones académicas con la reacción de su generación contra el predominio político e ideológico de un bloque que, al llamarse civilización, fomenta que sus adversarios recurran al mismo término porque creen en el valor de los conceptos ideados en Occidente como mecanismo de defensa en contra de ese mismo Occidente.

 

Nada de esto impidió que su noción de civilización se adaptara a sus opiniones políticas conforme cambiaba el contexto mundial. En el marco de la Guerra Fría, Haya de la Torre se decantó por el modelo estadounidense. Su hostilidad a la lucha de clases y su defensa de la alianza de clases en nombre de la nación lo llevó a romper con la revolución cuando el modelo soviético se impuso tras la Segunda Guerra Mundial. Ahí donde otros como su compatriota Mariátegui dieron el salto al comunismo, él dio marcha atrás y el apra perdió su programa revolucionario. Este cambio a la vez del contexto mundial y de la reacción de Haya de la Torre frente a él, provocó una transformación de su noción de civilización. Tras haber defendido la noción de Indoamérica como un mecanismo de resistencia frente al poder anglosajón, teorizó que ésta podía ser sólo una rama de una civilización del Nuevo Mundo, un bloque que incluyera a todo el hemisferio occidental en el cual predominaran la modernidad y la prosperidad estadounidenses, de las cuales Indoamérica debería inspirarse sin por ello perder su identidad.

 

A pesar de su intento por darle a la identidad continental una legitimidad histórica por medio del uso de la obra de Toynbee, la noción sigue siendo eminentemente ideológica y por tanto sujeta a los cambios que experimentaran las opiniones de Haya de la Torre, influidos por el paso del tiempo y del mundo al cual observaba para encontrar el lugar de América Latina dentro de él. El estudio del interés de Haya de la Torre por la noción de civilización es un recordatorio del uso ideológico que pueden tener los términos históricos. Desde su creación, la palabra implicó catalogación de los grupos humanos, y por tanto la búsqueda de límites entre ellos. Esto se presta a que el término pierda su neutralidad a manos de quienes, como Haya de la Torre, buscan una justificación histórica, y aun académica, a su programa. Un programa que al cambiar, puede igualmente cambiar el uso que se le da a la civilización para que ésta legitime un nuevo proyecto.

 

En 1930, Haya de la Torre describe a Indoamérica como el continente-civilización opuesto a la Norteamérica anglosajona por identidad y anhelo de revolución. En 1950 la describe como una de las dos ramas del continente americano, unida a Norteamérica por el anhelo de libre mercado y modernización económica. No es la noción de civilización la que altera el proyecto político, sino al revés.

 

Resumen

 

La obra de Arnold Toynbee influyó en la visión del mundo del peruano Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979). Conocido por su labor política y su anhelo de un movimiento revolucionario a nivel continental, Haya de la Torre también desarrolló una labor teórica anclada en el deseo de encontrar una definición para la civilización existente en el continente, civilización que, a su juicio, portaba el nombre de Indoamérica. El presente estudio muestra la influencia que ha tenido la idea de civilización en la imagen que los humanos se hacen de sí mismos y cómo ésta se adapta a las necesidades de quienes la esgrimen. El concepto mismo de civilización rebasa el ámbito histórico cuando en manos de pensadores ajenos a la academia se adapta a un programa político como un elemento de legitimación del mismo. Palabras clave: indigenismo, Alianza Popular Revolucionaria Americana (apra), filosofía de la historia, Arnold J. Toynbee (1889-1975), enfoque civilizacional.

 

Abstract

 

The work of Arnold Toynbee had an influence in the world vision of the Peruvian Víctor Raúl Haya de la Torre (1895-1979). Known by his political work and his yearning for a continental revolutionary movement, Haya de la Torre developed a theoretical work rooted in the desire to find a definition to the continent’s existing civilization, which according to him, was called Indoamérica. This study shows the influence of this idea of civilization in how humans picture themselves and how this image adapts to the needs of whoever poses it. The concept itself exceeds History’s realm when adapted to a political program by non-academic thinkers as a political legitimation element. Key word: Indigenismo, Alianza Popular Revolucionaria Americana (apra), Philosophy of History, Arnold J. Toynbee (1889-1975), civilizational approach.

 

Fuente: Orgaz, A. (2021). Víctor Raúl Haya de la Torre y el concepto de Indoamérica, Cuadernos Americanos, 3(177), 155-175.

 

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